
Como un ariete en contra del pecado institucionalizado por las clases que no responden a mandatos divinos ni a comportamientos dogmáticos, Jair Bolsonaro, un oscuro personaje salido de las filas del ejército y que está sentado en una banca de diputado sin que se le conozcan proyectos, se puede erigir presidente y levantar la bandera de la lucha en contra de lo que considera peligroso para las buenas costumbres. al grito de homosexualidad es un vicio, matrimonio igualitario vicio, igualdad de género vicio, lucha de la minorías vicio, juego de azar vicio. Así el ex capitán devenido en candidato presenta su plataforma de gobierno. Dicho de otro modo, a Dios rogando y con el mazo dando.
Durante las últimas semanas algunas publicaciones dedicadas a la industria estuvieron sugiriendo que Bolsonaro estaba dando guiños para que la ley de juegos de azar pudiese ser considerada por los estados. Estos medios mostraban a un candidato equilibrado diciendo que si bien es contrario al juego iba a dejar que los estados lo decidieran por sí mismos. Pero el sueño pronto terminó y el aguerrido capitán casi llamó de estúpidos mentirosos a quienes aseguraron que podía dejar la puerta abierta para que se aprobase una ley de juegos en el país. Como un poseso por el espíritu santo de sus arcaicos ideales, el candidato de los evangelistas dijo que jamás aprobaría una ley de juegos porque los casinos son lavanderías de dinero y destructores de familias. Un aporte más a la ignorancia y el desconocimiento fruto de un populismo casi demencial.
Es sabido y muy conocido por todos que la industria del juego es de tal manera vigilada que lavar dinero no es una tarea fácil, más bien es muy complicado. Sólo basta con leer algunas estadísticas de cuáles son las industrias en donde es más común el lavado de activos, pero para qué el líder de la ultraderecha va a perder tiempo en eso si es más fácil recurrir a mitos y leyendas sobre el juego arraigados en sus acólitos afanados en rogar a Dios que mande al diablo a sus adversarios políticos. Pero el candidato también está cometiendo un error aún más práctico; está cerrando la puerta a miles de millones de dólares de inversiones, miles de nuevos puestos de trabajo, millones de reales en rentas y poder combatir al juego ilegal y a la ludopatía que tanto teme, de forma más concreta con una ley que ampare la legalidad.
Los políticos más moderados ahora que están viendo que su inacción abrió la puerta al peligro de una banda de generales con ansias de dictadura, están empezando a preocuparse y tratando de armar reuniones con los asesores de Bolsonaro para saber si estas declaraciones son reales o sólo son envalentonadas para un auditorio ávido de escuchar cómo se va a terminar con homosexuales, lesbianas y tahúres. Ahora, que el día del juicio está cerca y que parece que nada va a parar a las huestes del ex capitán, los tibios que miraban impávidos el crecimiento de la censura se están empezando a preocupar.
La ley del juego puede ser sólo una pequeña muestra de una batería de delicados temas que están empezando a suceder en Brasil. Hace pocas horas, varias universidades fueron allanadas por la policía en cumplimiento a la orden del juez elector Horacio Ferreira de Melo Júnior, quien mandó a las fuerzas a buscar y aprender material de un manifiesto en defensa de la democracia y de la universidad pública por considerarlo violarorio de la ley electoral y a favor del candidato petista Fernando Haddad. La represión está a la vuelta de la esquina y puede llegar a construir un escenario que deje a Brasil, ya no solamente sin leyes para la regulación del juego y combate de la ludopatía, sino al borde de la violación de los derechos democráticos y aislado en una región que mira con una pasmosa incredulidad cómo un discurso de tanto odio e ignorancia pudo calar en una sociedad que parecía dispuesta a salir de cualquier viso de marginalidad y oscurantismo.
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